sábado, 2 de febrero de 2013

Una sorprendente colaboración en el suelo

Una asombrosa colaboración que se produce en el suelo entre ciertas plantas y bacterias hace posible la vida.
Analice lo siguiente: El nitrógeno es un gas esencial para el crecimiento y la reproducción vegetal. No obstante, para que las plantas lo puedan utilizar, este gas primero debe pasar por un proceso de fijación que lo transforma en compuestos como el amoníaco. Para lograrlo, las leguminosas colaboran con bacterias del género Rhizobium. Tal colaboración —con beneficios mutuos— entre organismos de especies diferentes se denomina simbiosis.
Mediante una sustancia química especial, las leguminosas atraen hacia sus raíces a las bacterias, que penetran en ellas. Aunque las bacterias y estas plantas pertenecen a dos reinos diferentes, colaboran “en la creación de algo que, en esencia, es un nuevo órgano: un nódulo en la raíz completamente dedicado a la fijación de nitrógeno”. El interior del nódulo se convierte en el nuevo hogar y laboratorio de las bacterias. Estas se valen principalmente de una enzima especial —un tipo de proteína denominada nitrogenasa— para fijar el nitrógeno que toman del aire acumulado en el suelo.
“Toda la nitrogenasa que existe en el planeta [...] podría caber en un cubo grande”, por ello, cada molécula cuenta. Pero hay un problema: el oxígeno anula la función de la nitrogenasa. ¿Cómo evitarlo? Las leguminosas producen una sustancia especial que elimina cualquier molécula de oxígeno potencialmente dañina.
Alrededor del nódulo hay una membrana que controla el intercambio de amoníaco, azúcares y otros nutrientes que ocurre entre los microbios y las plantas. Como todas las plantas, las leguminosas mueren con el tiempo, pero el amoníaco permanece en la tierra. Por ello, a las leguminosas se las ha calificado con razón de “estiércol verde”.

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